Carta
del Santo Padre Juan Pablo II al Arzobispo de Santiago
de Compostela
con
motivo de la clausura del Año Santo Compostelano
(31 Dic 1993)
Monseñor
Antonio María ROUCO VARELA
Arzobispo
de Santiago de Compostela
Con
motivo de la solemne clausura del Año Santo Compostelano
de 1993, postrado espiritualmente ante la tumba
del Apóstol, me uno a los Pastores y fieles de esa
Archidiócesis, de Galicia y de España entera en
el ferviente acto de acción de gracias a Dios por
los muchos beneficios con que ha bendecido a cuantos,
en este tiempo de "gran perdonanza", han
peregrinado hasta esa Basílica, punto de confluencia
de tantos caminos a través de los siglos.
En
estos días de intenso gozo espiritual, que brota
de la radiante y serena contemplación del nacimiento
del Redentor, deseo dirigiros un saludo entrañable
y una palabra de aliento para que los frutos espirituales
del Año Santo Jacobeo, que se clausura, sean para
todos estímulo y exigencia para hacer cada vez más
presentes los valores del Evangelio en la sociedad
contemporánea.
Nota
destacada de las numerosas y sentidas celebraciones
ante el Apóstol ha sido, sin duda, la catolicidad,
la dimensión universal. En efecto, gentes de los
más apartados rincones del mundo se han dado cita
en Santiago de Compostela para confesar su fe cristiana
e implorar a Dios su gracia y su perdón. El Pórtico
de la Gloria, evocadora imagen de la Jerusalén celeste,
ha sido de nuevo el umbral que han atravesado multitud
de peregrinos y penitentes en busca de Aquel que
es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).
Por
ello, en esta circunstancia, deseo reiterar mi llamada
a hacer del Camino de Santiago un centro privilegiado
de vida cristiana que conduzca siempre a Cristo,
Redentor del mundo, de quien procede la luz que
ilumina para no extraviarse por caminos que no son
verdaderos ni conducen a la Vida.
Los
sacrificios de miles de personas que, a pie o de
modos diversos, han recorrido la Ruta Jacobea; las
fervientes oraciones de multitud de peregrinos en
su itinerario espiritual; las masivas concentraciones
de jóvenes, familias, profesionales, gentes del
mundo del trabajo y de la cultura para venerar al
Apóstol; las solemnes celebraciones litúrgicas en
las que han participado varios millones de personas
recibiendo la sagrada Eucaristía; las incontables
confesiones sacramentales selladas con la reconciliación
y el perdón divino. Todo ello representa un sublime
canto de alabanza a Dios, que hace de este Año Santo
Compostelano un hito relevante en la historia de
la Iglesia española.
Ruego
al Todopoderoso que este tiempo de gracia, que ha
supuesto el Año Jacobeo, sea voz profética que,
desde esos lugares de la península ibérica que llamaron
Finisterre, llegue hasta los confines de la tierra
como llamada a la nueva evangelización de España,
de Europa, del mundo.
A
la maternal intercesión de la Santísima Virgen,
que en el Pórtico de la Gloria se nos presenta con
el expresivo gesto de aceptación de la voluntad
divina, encomiendo los frutos espirituales del Año
Santo Compostelano que hoy se clausura. Ella, a
la que veneramos también como Virgen del Camino,
fue la válida sostenedora del Apóstol Santiago,
que la tradición presenta como el primer evangelizador
de España y protector de su pueblo en los avatares
de la historia.
Que
el Señor siga derramando abundantes dones de paz,
amor y progreso humano y espiritual sobre todos
los amadísimos hijos de la noble Nación española,
mientras, en señal de benevolencia y prenda de la
constante asistencia divina les imparto una especial
Bendición Apostólica:
En
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Vaticano,
31 de diciembre de 1993.
JOANNES
PAULUS PP. II
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