Oda
XX - A Santiago
Las
selvas conmoviera,
las
fieras alimañas, como Orfeo,
si
ya mi canto fuera
igual
a mi deseo,
cantando
el nombre santo Zebedeo;
y
fueran sus hazañas
por
mí con voz eterna celebradas,
por
quien son las Españas
del
yugo desatadas
del
bárbaro furor, y libertadas;
y
aquella Nao dichosa,
del
cielo esclarecer merecedora,
que
joya tan preciosa
nos
trujo, fuera agora
cantada
del que en Citia y Cairo mora.
Osa
el cruel tirano
ensangrentar
en ti su injusta espada;
no
fue consejo humano;
estaba
a ti ordenada
la
primera corona, y consagrada.
La
fe que a Cristo diste
con
presta diligencia has ya cumplido;
de
su cáliz bebiste,
apenas
que subido
al
cielo retornó, de ti partido.
No
sufre larga ausencia,
no
sufre, no, el amor que es verdadero;
la
muerte y su inclemencia
tiene
por muy ligero
medio
por ver al dulce campanero.
[¡Oh
viva fe constante!
¡oh
verdadero pecho, amor crecido!
un
punto de su amante
no
vive dividido;
síguele
por los pasos que había ido.]
Cual
suele el fiel sirviente,
si
en medio la jornada le han dejado,
que,
haciendo prestamente
lo
que le fue mandado,
torna
buscando al amo ya alejado,
ansí,
entregado al viento,
del
mar Egeo al mar de Atlante vuela
do,
puesto el fundamento
de
la cristiana escuela,
torna
buscando a Cristo a remo y vela.
Allí
por la maldita
mano
el sagrado cuello fue cortado:
¡camina
en paz, bendita
alma,
que ya has llegado
al
término por ti tan deseado!
A
España, a quien amaste
(que
siempre al buen principio el fin responde),
tu
cuerpo le inviaste
para
dar luz adonde
el
sol su claridad cubre y esconde;
por
los tendidos mares
la
rica navecilla va cortando;
Nereidas
a millares
del
agua el pecho alzando,
turbadas
entre sí la van mirando;
y
dellas hubo alguna
que,
con las manos de la nave asida,
la
aguija con la una
y
con la otra tendida
a
las demás que lleguen las convida.
Ya
pasa del Egeo,
y
vuela por el Jonio; atrás ya deja
el
puerto Lilibeo;
de
Córcega se aleja
y
por llegar al nuestro mar se aqueja.
Esfuerza,
viento, esfuerza;
hinche
la santa vela, enviste en popa;
el
curso haz que no tuerza,
do
Abila casi topa
con
Calpe, hasta llegar al fin de Europa.
Y
tú, España, segura
del
mal y cautiverio que te espera,
con
fe y voluntad pura
ocupa
la ribera:
recebirás
tu guarda verdadera;
que
tiempo será cuando,
de
innumerables huestes rodeada,
del
cetro real y mando
te
verás derrocada,
en
sangre, en llanto y en dolor bañada.
De
hacia el Mediodía
oye
que ya la voz amarga suena;
la
mar de Berbería
de
flotas veo llena;
hierve
la costa en gente, en sol la arena;
con
voluntad conforme
las
proas contra ti se dan al viento,
y
con clamor deforme
de
pavoroso acento
avivan
de remar el movimiento;
y
la infernal Meguera,
la
frente de ponzoña coronada,
guía
la delantera
de
la morisca armada,
de
fuego, de furor, de muerte armada.
Cielos,
so cuyo amparo
España
está: ¡merced en tanta afrenta!
Si
ya este suelo caro
os
fue, nunca consienta
vuestra
piedad que mal tan crudo sienta.
Mas,
¡ay!, que la sentencia
en
tabla de diamante está esculpida;
del
Godo la potencia
por
el suelo caída,
España
en breve tiempo es destruida.
¿Cuál
río caudaloso,
que
los opuestos muelles ha rompido
con
sonido espantoso,
por
los campos tendido
tan,
presto y tan feroz jamás se vido?
Mas
cese el triste llanto,
recobre
el Español su bravo pecho;
que
ya el Apóstol santo,
un
otro Marte hecho,
del
cielo viene a dalle su derecho:
vesle
de limpio acero
cercado,
y con espada relumbrante;
como
rayo, ligero,
cuanto
le va delante
destroza
y desbarata en un instante;
de
grave espanto herido,
los
rayos de su vista no sostiene
el
Moro descreído;
por
valiente se tiene
cualquier
que para huir ánimo tiene.
Huye,
si puedes tanto;
huye,
mas por demás, que no hay huida;
bebe
dolor y llanto
por
la mesma medida
con
que ya España fue de ti medida.
Como
león hambriento,
sigue,
teñida en sangre espada y mano,
de
más sangre sediento,
al
Moro que huye en vano;
de
muertos queda lleno el monte, el llano.
¡Oh
gloria, oh gran prez nuestra,
escudo
fiel, oh celestial guerrero!
vencido
ya se muestra
el
Africano fiero
por
ti, tan orgulloso de primero;
por
ti del vituperio,
por
ti de la afrentosa servidumbre
y
triste cautiverio
libres,
en clara lumbre
y
de la gloria estamos en la cumbre.
Siempre
venció tu espada,
o
fuese de tu mano poderosa,
o
fuese meneada
de
aquella generosa,
que
sigue tu milicia religiosa.
[Las
enemigas haces
no
sufren de tu nombre el apellido;
con
sólo aquesto haces
que
el Español oído
sea,
y de un polo a otro tan temido.]
De
tu virtud divina
la
fama, que resuena en toda parte,
siquiera
sea vecina,
siquiera
más se aparte,
a
la gente conduce a visitarte.
El
áspero camino
vence
con devoción, y al fin te adora
el
Franco, el peregrino
que
Libia descolora,
el
que en Poniente, el que en Levante mora.
retour à Q.Culture litt-arts
home
|