
COMIENZA EL LIBRO SEGUNDO DE SANTIAGO EL DE ZEBEDEO,
PATRÓN DE GALICIA, ACERCA DE VEINTIDÓS
MILAGROS SUYOS
Capítulo V. Del peregrino colgado a quien el santo Apóstol salvó de la muerte,
aunque estuvo pendiente del patíbulo treinta y seis días.
CAPÍTULO V
EJEMPLO DE SANTIAGO ESCRITO POR EL PAPA
CALIXTO
Es cosa digna de recuerdo que ciertos alemanes yendo en hábito de
peregrinación al sepulcro de Santiago el año mil noventa de la encarnación del
Señor, llegaron a la ciudad de Tolosa con abundantes riquezas y allí encontraron
hospedaje en casa de cierto rico. Este malvado, simulando bajo piel de oveja la
mansedumbre de ésta, los acogió solícitamente y con diversas bebidas que les dió
como gracia de su hospitalidad, los hizo embriagarse con engaño. ¡Oh ciega
avaricia, oh perversa intención del hombre inclinada al mal! Dominados por fin
los peregrinos más que de costumbre por el sueño y la embriaguez, el falso
anfitrión, movido por el espíritu de la avaricia, a fin de hacerlos reos de
hurto y adquirir sus dineros una vez convictos, metió a escondias una copa de
plata en un zurrón de los durmientes. Y después de cantar el gallo salió tras
ellos con gente armada el perverso anfitrión gritando: "¡Devolvedme, devolvedme
la plata que me habéis robado!" a lo que respondieron ellos: "A quién se la
ecnuentres le condenarás según tu voluntad."
Hecha, pues, averiguación, a dos en cuyo zurró halló la copa, a
saber, padre e hijo, los llevó a juicio público y arrebató injustamente sus
bienes. El juez, movido a compasión, mandó soltar a uno y llevar al otro a
suplicio. ¡Oh entrañas misericordiosas! El padre, queriendo librar a su hijo, se
ofrece al castigo. El hijo, por en cambio, dice: "No es justo que un padre sea
entregado a la muerte en lugar de su hijo; sino que éste sufra por su padfre el
fin impuesto por la pena." ¡Oh santa porfía de piedad! Al fin el hijo fué
colgado por propio deseo para librar a su amado padre y éste, afligido y
lloroso, prosigue su camino hacia Compostela. Visitado, pues, el venerable altar
del Apóstol, el padre a su regreso, pasados ya treinta y seis días, hizo un
desvío para ver el cuerpo de su hijo que colgaba todavía en la horca y exclamó
con gemidos lacrimosos y lastimeros ayes: "¡Ay de mí, hijo mío, para que te
engendré! ¡Por qué viéndote colgado he soportado el vivir!".
Pero ¡que magníficas son tus obras, Señor! El hijo colgado, dijo
consolándo al padre: "No llores, querídisimo padre, por mi pena, pues no es
ninguna, sino más bien alégrate, porque me siento ahora má a gusto que jamás en
toda mi vida pasada. Porque el muy bienaventruado Santiago, sosteniéndome con
sus propias manos, me ha consulea con con toda clase de dulzuras." El padre, al
oír esto, corrió a la ciudad y llamó al pueblo a contemplar tan gran milagro. Y
viniendo la gente y viendo vivo todavía a quien llevaba colgado tanto tiempo,
comprendieron que había sido acusado por la insaciable avaricia del hombre rico
pero salvado por la misericordia de Dios. Esto fué realizado por el Señor y es
admirable a nuestro ver. Luego le bajaron del patíbulocon gran júbilo y al
hombre rico, según había merecido, condenado allí mismo por juicio popular, le
colgaron enseguida. Por lo cual todos los que se cuentan como cristianos deben
procurar con gran cuidado no cometer ni con sus huéspedes ni con prójimo alguno
un fraude así o parecido, sino que deben afanarse por demostrar compasión y
benigna piedad a los peregrinos, para que así merezcan recibir el premio de la
gloria eterna de Aquél que vive y reina como Dios por los infinitos siglos de
los siglos. Así sea.
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Codex
Calixtinus
También
conocido como Liber sancti iacobi
Libro
II - Capítulo V
GRAN
MILAGRO DE SANTIAGO EXPUESTO POR SU EXCELENCIA EL
PAPA CALIXTO
En
el año de Nuestro Señor 1090, un grupo de alemanes,
peregrinos de Santiago, llegaron a la ciudad de
Tolosa trayendo consigo abundante riqueza. Se alojaron
en casa de un hombre rico, el cual era malo como
lobo que, escondiéndose bajo piel de oveja, se finge
manso. Este hombre rico recibió debidamente a los
peregrinos
pero, so guisa de hospitalero, les obligó a beber
más vino de lo que quisieran. ¡Oh ciega avaricia!
—Oh mente mezquina del hombre malo! Por fin, cediendo
los peregrinos al peso de su mucha cansancia
y su mayor beber, el amfitrión artero, impelido
por el espíritu de la avaricia, escondió una copa
de
plata en el zurrón de uno de los peregrinos durmientes
con la intención de acusarles del robo y, una vez
juzgados
ellos, quedarse él con su gran riqueza.
Al
canto del gallo en la mañana siguiente, el mal amfitrión,
con un bando armado, les persiguió llamando, "¡Devuélvanme
el dinero que me han robado!" Los peregrinos,
cuando esto oyeron, le respondieron: "Usted
puede condenar según su voluntad al que encuentre
con alguna posesión suya.."
Al
revisar las posesiones de los peregrinos, el hombre
rico señaló a dos del grupo--un hombre y su hijo--en
cuyo zurrón había encontrado su copa, y los llevó
a la justicia. Injustamente se les quitó todos sus
bienes.
El juez, sin embargo, conmovido por la piedad, ordenó
que se soltara a uno de ellos y que el otro sufriera
la pena de muerte. El padre, anhelando que se librara
a su hijo, indicó para sí el castigo. El
hijo, por otra parte, dijo, "No es justo que
un padre se entregue a la muerte en lugar de su
hijo; es el hijo
quien debe recibir el dicho castigo." El hijo,
pues, según su propio deseo, fue ahorcado a cambio
de la libertad
de su amado padre; y el padre, entre lágrimas y
lamentaciones, siguió su camino hacia Compostela.
Al visitar el venerado altar apostólico, y después
de treinta y seis días, el padre volvió de Compostela
e hizo un desvío para ver el cuerpo de su hijo que
colgaba todavía en la horca.(1) Exclamó entre
sollozos y lastimosas lamentaciones, "¡Ay de
mí, hijo, ojalá que jamás te engendrara! ¡Ay de
mí, que yo
haya vivido para verte ahorcado!"
¡Cuán
maravillosas son tus obras, O Señor! El hijo ahorcado,
dándole consuelo al padre dijo, "No llores,
buen
padre, mi dolor; antes rinde gracias, que más dulce
me es ahora que jamás lo ha sido en mi vida de antes.
El benedicísimo Santiago, sosteniéndome con sus
propias manos, me ha sustentado con toda dulzura."
El padre, cuando oyó esto, echó a correr hacia la
ciudad, llamando a la gente que fueran testigos
de
tan gran milagro de Dios. El pueblo, al ver que
el que hace tanto tiempo habían ahorcado todavía
vivía, reconoció
que su acusamiento se debía la insaciable avaricia
del hombre rico y que el hijo había sido salvado
por la gracia de Dios.
Esto
fue llevado a cabo por Dios y es milagrosa a nuestra
vista. Entonces bajaron al hijo de la horca con
gran
honor. Pero al instante ahorcaron al mal amfitrión,
según él lo merecía, después de haberle condenado
en un juicio común. Por lo tanto, los que se llaman
cristianos han de vigilar, que no vengan a obrar
contra sus huéspedes o sus prójimos ningúna falsedad
como ésta. Antes deben empeñarse en proporcionarle
piedad y caridad al peregrino, que así merezcan
el galardón de la gloria perdurable de El que
vive y reina como Dios. Mundo sin fin. Amen.
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