Crónicas
de un hospitalero
Luis
de Pablos, Hospitalero voluntario
Zaragoza
- Caminamos n°230 (Nov 2014)
Cuando
hace un año pensamos en la posibilidad de ser Hospitaleros
Voluntarios, nos encontramos con que en nuestra
Asociación había muy pocos afiliados que lo habían
hecho. Sirvan estas experiencias para animar y romper
el tabú de los que tienen prevención y prejuicios
sobre esta labor tan importante y tan poco valorada
desde fuera. Como decía mi padre, “todo tiene su
momento en la vida”. Y si se nos pregunta por qué
lo hacemos, respondemos: “porque nos da la gana”,
pues esta frase fue expresión de la reflexión cuando
hicimos el curso, y porque este era nuestro momento.
Nuestro
destino, el albergue de Villalcázar de Sirga, entre
Frómista y Carrión de los Condes, que consta de
20 camas, pertenece al Ayuntamiento, y no se cobra
para pernoctar, sólo la aportación voluntaria de
cada peregrino. Y para allí nos fuimos, a sustituir
a la pareja que había estado en la primera quincena
de septiembre, Jean Claude y Annie, franceses, quienes,
antes de marcharse, muy atentos, nos explicaron
brevemente el funcionamiento del albergue. Según
nos dicen, casi el cien por cien de los que han
pernoctado, mientras han estado ellos, han sido
extranjeros Y esto nos asusta un poco: tendremos
que desempolvar los recuerdos del francés e inglés;
pero, como dice un peregrino, también hay que echar
mano del idioma corporal…
La
primera quincena nos dicen que ha estado un poco
floja, con diez o doce peregrinos cada día. Pero
en nuestra primera jornada se nos ha llenado el
albergue, sus veinte plazas: Francia, Italia, Corea,
Australia, Canadá, Sudáfrica, Nueva Zelanda, y Japón…
¿falta alguien? De momento, ningún español. ¡Dios
mío, pero qué tiene el camino, que la gente viene
de tan lejos, y qué contentos se les ve!
Para
todos, Villalcázar de Sirga es parada obligatoria,
para ver la iglesia de Santa María la Blanca, bien
de interés cultural en el Camino de Santiago. En
sus primeros tiempos fue fortaleza de los templarios,
allá por el siglo XII. Una leyenda alusiva dice
así: “Si camináis por Villasirga el día del equinoccio
de primavera, dirigíos al pantocrátor y golpead
el punto del toro que ilumine un rayo de sol; entonces,
una de las cabezas que se encuentran a cada lado
del Cristo en majestad, revelará el lugar donde
los templarios escondieron su tesoro”.
Cada
día, después de despedir al último peregrino, sobre
las siete y media, nos enfrentamos a la parte dura
de la jornada: recoger sábanas y fundas, meterlas
a la lavadora y, en tres lavados, tender para que
sequen; escobar, fregar y dejarlo todo a punto para
las dos de la tarde, hora a la que abríamos el albergue.
Hoy,
un japonés se nos ha presentado antes de cerrar
y le decimos que abrimos a las dos, pero se nos
queda en la puerta; le invitamos a que deje la mochila,
nos enseña una tarjeta de un restaurante del pueblo
y entendemos que lo que quiere es comer lechazo
de cordero, porque un amigo suyo se lo había recomendado.
En nuestro segundo día, por fin un español; en el
tercer día ganan por goleada los coreanos. Cada
día el albergue es el mismo y ofrecemos lo mismo,
pero cada día es diferente.
Les
ofrecemos la misma hospitalidad, les ponemos música,
les damos agua fresca cuando llegan, caramelos,
sonrisas; les pedimos la credencial y pasaporte
y anotamos sus datos en un registro; hay veces que
nos enseñan credenciales con más cien sellos y les
preguntamos cuánto hace que salieron de casa, dos
meses o más; les miramos a los ojos, a la cara,
caras de cansancio, de agotamiento, pero también
de alegría, cuando les enseñamos el albergue y su
funcionamiento, y nos dan las gracias por la acogida.
Lo que más les gusta del albergue es la cocina,
donde pueden hacerse su cena, que compran en un
pequeño supermercado; algunos días compartimos un
poco lo de todos, y dos días hemos comido pasta:
los italianos no pueden pasar sin ella, pasta al
dente, maravillosa; aprovecho para seguir un curso
de cocina italiana. Al día siguiente cenamos con
unos coreanos arroz, sopa y huevos revueltos con
tomate, todo muy bien cocinado: entre ellos, un
“chef” de alta cocina. Por fin, dos españolas: una
de ellas, de Zaragoza, con nuestra credencial. Otro
día hemos dado cobijo a Alemania, Francia, Estados
Unidos, Israel, Irlanda; y una vasca, Itziar.
Consideramos
un privilegio estar a cargo de este albergue, tenemos
tantas oportunidades de conocer a gente: serios,
alegres, cada uno con su problemas, pero todos muy
amables, como si fuéramos una pequeña familia. Todos
los días hay una misa a las siete de la tarde; unos
van a participar y otros a visitar la iglesia, pero
todos van. Algunos de los peregrinos ya vienen un
poco tocados. Más o menos, estamos a mitad del camino,
pero todos dicen que es muy relajante el pueblo,
para descansar. Ampollas, tendinitis, etc., son
los problemas más comunes. Volvemos a la iglesia,
el templo protogótico (de transición románico-ojival,)
de Santa María la Blanca, que preside el pueblo
y alrededor de la cual gira todo.
Otro
día: ser hospitalero también lleva lo suyo, como
hemos comentado antes. A las seis de la mañana les
preparamos el desayuno y les despedimos con un fuerte
abrazo; todos son muy agradecidos: los hemos acompañados
durante unas horas, y otra vez están en el camino.
Nos dan sana envidia, nos iríamos con ellos, pero
tenemos que volver a la vida real: recoger sábanas,
lavarlas, limpiar las papeleras, baños, duchas,
fregar, hacer camas etc. Nos cuesta esfuerzo y,
si dijéramos lo contrario, mentiríamos, pero estamos
aquí como hospitaleros. Por las mañanas, en el rato
que tenemos de asueto, unas tres horas, nos vamos
todos los días a visitar la comarca: el monasterio
de San Zoilo y la “ruta de las catedrales”, tres
espléndidas iglesias que parecen catedrales.
¡Cómo
pasa el tiempo, ya llevamos una semana! Ayer fue
un día movido, un día más se llena el albergue:
Israel, Republica Checa, Brasil, y dos españoles.
Nos llegó un invidente con un acompañante, que venían
desde Bélgica andando, habían salido desde su casa
y querían llegar a Santiago; un niño de diez años
acompañado de sus tíos, 28 kilómetros desde Itero
de la Vega; un joven italiano desde Hontanas, 46
kilómetros cada día. ¡Es un mundo, pero todos quieren
lo mismo, llegar a Santiago!
Hoy,
a las 13’30, hemos quedado en la iglesia con José,
guía que fue durante diecisiete años de Santa María
la Blanca, y nos ha contado sus secretillos: de
la iglesia, de los templarios, de una capilla que
hay de Santiago, donde hay dos enterramientos, que
pertenecen al infante Felipe, (hermano de Alfonso
X) y de una dama, Leonor Rodríguez de Castro, su
última esposa; de un pozo de agua dentro de la iglesia,
que aún funciona y un largo etc. En este pueblo,
pequeño, con una población de unos cien habitantes,
la gente es muy amable, y acoge a los peregrinos
con mucha cordialidad, que es de agradecer.
“Ruta
de la catedrales”: Hoy hemos visitado la localidad
de Tamara de Campos y su gran iglesia de San Hipólito
el Real, casi como una catedral; la alcaldesa de
la localidad nos ha hecho de guía, todo un lujo;
templo gótico del siglo XIV, con un órgano renacentista,
una maravilla, con un enclave dentro de la iglesia,
sustentado en una sola columna de madera. A tan
solo 5 kilómetros, visitamos Santoyo y su iglesia
de San Juan Bautista, conocida como la “noble villana”,
noble por su porte y señorío, villana por residir
en esta humilde villa; tiene un retablo renacentista,
majestuoso artesonado mudéjar y magnífico órgano
policromado.
Los
peregrinos llegan sin parar, unos días llenamos
y otros no tanto. Nos cuentan sus historias: de
dónde han salido hoy, de donde vienen; nos ha llegado
hoy un suizo que ha salido desde su casa, en Ginebra;
mira el GPS: 1.374 kilómetros ¡ahí queda eso!. Hay
dos españoles muy jóvenes que vienen desde Roma.
Todos los días hay mucho trabajo, y nos viene gente
de toda condición. Digo condición porque hay algunos,
sobre todo jóvenes, que los ves que están de vacaciones,
de turistas, pero hay que acoger a todos, porque
en este Camino cabemos todos. Esta madrugada, dos
coreanos - son todos muy madrugadores - se han levantado
a las cinco de la mañana y han empezado hacer ruido
en la puerta, porque no podían salir. Les hemos
dado de desayunar, un buen abrazo y buen camino…
Todo son anécdotas. A las ocho estaba tendiendo
mi primera colada en un tendedor que hay fuera del
albergue, a siete grados de temperatura. Dormimos
con dos mantas, y al peregrino que necesita manta
se la damos; tenemos mantas limpias de la tintorería.
Siguiendo
la “ruta de las catedrales”, hemos visitado en Astudillo
la iglesia de santa Eugenia, un descomunal edificio,
del siglo XVI, que se construyó sobre las ruinas
de un primitivo templo. Por todos estos pueblos
que hemos visitado pasaba el Camino, en la Edad
Media.
El
tiempo pasa, nos quedan pocos días. ¡Cuánto lo vamos
añorar! Acogida, apoyo, sonrisas, abrazos, música
(como no podía ser menos). Cuando terminemos, habremos
cumplido una etapa en nuestro caminar.
En
nuestro periplo mañanero, hemos visitado Castrojeriz,
pasando por Boadilla del Campo, con su monumento
llamativo: el Rollo Jurisdiccional, que se alza
de tras de la iglesia de Santa María, típicamente
tallado, del siglo XVI; servía para encadenar y
ajusticiar a los reos. En Castrojeriz hemos recorrido
una de las sirgas peatonales más visitadas del camino
y, estando tan cerca, nos hemos llegado a las ruinas
del convento de San Antón, un lugar cargado de magia
y esoterismo, que aún sigue como albergue y sin
luz.
Hoy
es domingo y esto se termina, hemos despedido a
una peregrina francesa, que venía de Bordeaux, por
el camino francés, hasta Santiago de Compostela,
y después bajará hasta Fátima, volverá a Santiago
y empezará el camino al revés, hasta llegar a Lourdes.
¡Cada peregrino es un mundo! Al ser el día 28 el
último domingo del mes de septiembre, en la iglesia,
por la tarde, hemos tenido un concierto de música
barroca y celta. Un músico famoso y muy conocido,
James Kline, ha tocado un instrumento de guitarra
y arpa todo junto, inventado por el mismo. Impresionante
por el músico y por la acústica de la iglesia. Durante
dos horas hemos tenido el albergue cerrado, ya que
todos los peregrinos han asistido al concierto.
Han
sido días muy intensos, de los que nos quedan unos
recuerdos imborrables; días llenos de cansancio,
sobre todo por la mañana. Ahora, visto en la distancia,
hay muchas más cosas positivas que negativas. Todos
dicen que el Camino engancha. Pienso que cada uno
tiene su camino, como decía una hospitalera. Fuimos
a dar algo de nosotros y nos llevamos mucho de los
demás.
También
os digo que no hemos hecho nada excepcional: como
nosotros, más de novecientos hospitaleros voluntarios
han atendido este año los albergues de la Federación
de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago
de España.
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